3/11/10

A la deriva


Como buen capitán estoy obligado a permanecer en mi barco. Desde mi posición observo otros barcos amigos a los que la tormenta no parece afectarles. No sé cómo ha pasado pero comienza a subir el nivel del agua. Ni siquiera sé cuándo se produjo esa fisura que permite que entre más y más, debió de suceder rápido sin darme tiempo a reaccionar. Los remos de mi barca se han roto por lo que navego a la deriva sin poder determinar mi propio rumbo. Los otros barcos, en cambio, permanecen a salvo, todos reunidos. Creo que no se han dado cuenta que cada vez más la corriente me empuja alejándome de ellos.
Hace tiempo que comenzó a llover. Los rayos iluminan el cielo con su luz desesperanzadora. El agua de la lluvia se confunde con la que sigue llenando el barco aunque, al fin y al cabo se trata de agua, las dos mojan por igual. He dejado de achicar hará un rato. Me he dado cuenta tarde de lo que sucedía y ahora, si no me encuentran pronto, creo que me hundiré entre las olas de este mar oscuro. Lo único que me queda es esperar. Esperar a que llegue la mañana y el sol raye con su luz estas nubes que me atormentan. De esa forma, aunque nadie llegue a tiempo para rescatarme, al menos moriré al calor del sol que un día iluminó mi vida.